Reflexiones desde el confinamiento: de la presencialidad a la virtualidad

El coronavirus (covid-19) y el confinamiento nos han pillado a contrapié y al sistema educativo también. A nadie se le escapa que era un jueves día 12 de marzo cuando se barajaba la posibilidad de tener un confinamiento parcial cerrando todos los centros educativos del país y al día siguiente, viernes 13, ya no había clases.  Empezamos a leer artículos que nuestro sistema educativo se pasaba a la modalidad online. Pero lo cierto es que no es posible transformar una modalidad presencial a una modalidad online en horas, ni en días, ni en unas pocas semanas.

Máster Universitario en Formación del Profesorado. Sesión virtual. Realizando seguimiento a los grupos de trabajo en el desarrollo de su proyecto semestral.

¿Qué hemos hecho? Adaptarnos de la mejor manera que hemos sabido, dimensionando de manera correcta nuestros sistemas tecnológicos, para poder virtualizar la presencialidad. En la escuela universitaria en la que actualmente me encuentro esto ha sido posible sin especiales dificultades gracias a la buena salud de si infraestructura tecnológica y el esfuerzo y dedicación de su equipo docente. Si bien es cierto que esto seguramente no debe ser extensible a todas las facultades ni a todas las universidades.
  
Y digo que hemos virtualizado la presencialidad porque si recordamos un informe de la REACU (Red Española de Agencias de Calidad Universitaria) del 15 de enero de 2020 nos dice que las actividades formativas desarrolladas a través de Internet, de manera sincrónica e interactiva, pueden equipararse a las actividades de tipo presencial.

Así pues, y de manera consciente, con el margen de maniobra que ha habido, hemos virtualizado la presencialidad, manteniendo los horarios de clase, las sesiones lectivas y el desarrollo de cada asignatura. De esta manera no hemos interrumpido la actividad académica (a excepción del fatídico viernes 13) y no hemos cambiado en exceso las dinámicas que, quizás inicialmente, hubiera desorientado aún más a nuestros estudiantes.

Y ¿ha funcionado? Pues las tasas de asistencia durante estas semanas han sido iguales o incluso superiores que las clases presenciales. ¿Tal vez la novedad del sistema tiene la culpa? O no sólo la novedad. Las sensaciones son buenas y nuestros estudiantes manifiestan un agradecimiento por la agilidad de adaptación y por el esfuerzo realizado.

Reunión virtual del Grupo de Despliegue del Nuevo Contexto de Aprendizaje en La Salle Campus Barcelona

Pero ¿es esto sostenible en el tiempo? Probablemente no. Pasadas estas primeras semanas se detectan síntomas que nos invitan a la reflexión. Múltiples sesiones de clase síncrona con los estudiantes provocan un cierto agotamiento. El esfuerzo de los docentes adaptando materiales a la nueva realidad virtual tampoco es menor y difícilmente puede ser mantenido de manera indefinida. Los ritmos de aprendizaje son diferentes utilizando medios de videoconferencia que realizando clase presencial.

¿Qué debemos hacer? Evolucionar. Seguiré negando la mayor: no podemos decir que seremos capaces de pasar a una modalidad online en los próximos dos meses. Sin el tiempo ni los recursos necesarios para poder hacer un cambio metodológico, que es drástico y significativo, podemos evolucionar, pero no podemos transformar nuestro modelo educativo.

Lo que sí tenemos que hacer es evolucionar el modelo virtual, añadiendo a nuestras actividades formativas síncronas virtuales las estrategias basadas en metodologías activas de aprendizaje que ya estábamos introduciendo en nuestras asignaturas. Dejar espacios de trabajo en grupo, rebajar la clase magistral, favorecer la interactividad y la participación... El reto es grande, pero como docentes seguiremos dando pasos para mejorar la calidad de la docencia en tiempo de confinamiento. Es un reto y, a la vez, es una oportunidad. Parafraseando Yuval Harari en su libro 21 lecciones por el siglo XXI: en la situación actual de la educación, la única constante es el cambio.

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